El mal existía, sólo lo hicieron obvio
Denise Dresser
“Si odias a una persona, odias algo en él que es parte de ti mismo”, frase famosa de Herman Hesse. Frase certera porque usa el odio como un espejo que refleja lo peor de las personas y los países donde viven. Frase que debería aplicarse al linchamiento público y colectivo de un ex presidente criticable tanto por lo que hizo, como por lo que evidencia. Vicente Fox como pequeño representante de grandes problemas. Marta Sahagún como ejemplo emblemático de una forma de usar al gobierno que precedió su arribo al poder y persiste aunque ella ya no lo ejerza. Hoy vilipendiados, crucificados, desacreditados y con razón. Pero el escupitajo nacional erra en el blanco. Más que odiar a la ex pareja presidencial habría que odiar las costumbres políticas que aprovecharon. Más que exterminar a un par de termitas habría que fumigar la casa que lograron habitar.No cabe duda que ambos merecen el montón de epítetos que ensombrecen su nombre y su cogobierno. El hombre que prometió luchar contra las alimañas, las tepocatas y las víboras prietas sólo para acabar acurrucado con ellas. La mujer que vendió su alma por un par de relojes Bulgari y un Jeep rojo. La presidencia que recibió el mandato para cambiar a México y terminó polarizándolo. El sexenio que ofrecía una oportunidad histórica para remodelar el viejo orden pero concluyó reforzando algunos de sus peores componentes. Y por ello las palabras que hoy acompañan a los Fox-Sahagún dondequiera que van. Oportunidades desperdiciadas. Decisiones mal tomadas. Corruptelas aceptadas. Ineptitudes desplegadas. Una transición trastocada por personajes que resultaron ser demasiado mezquinos para la envergadura de la tarea que les tocó.Esta columna podría pasar los próximos meses denostando a la pareja pedigüeña y encontraría materia prima para hacerlo. Siempre habría otro escándalo qué desmenuzar y otra frase foxiana qué ridiculizar. Sin embargo, sería una crítica necesaria mas no suficiente, porque eludiría la pregunta central. La interrogante fundamental. Aquello que los mexicanos deberían preguntarse cada vez que le tiran otra piedra a Vicente Fox y lamentan el día que lo eligieron: ¿por qué el país ha tenido presidentes tan malos desde hace décadas? ¿Por qué —quizás con la excepción de Ernesto Zedillo— tantos han terminado en el basurero de la historia y han sido condenados a pasar el resto de su vida allí? ¿Por qué México parece producir políticos con una propensión congénita a provocar crisis, crear caos, encender estallidos, enriquecer familiares, causar retrocesos en lugar de asegurar avances? ¿Hay algo en el agua o en nuestro AND que nos condena a ser gobernados por quienes inspiran odio después de su paso por Los Pinos? Los Echeverría y los López Portillo y los Salinas de Gortari y los Fox-Sahagún.La respuesta fácil sería invocar el ritual sexenal del presidente que empala a su predecesor, para así poder gobernar mejor: “Muera el rey para que viva el rey”, como dice el dicho. O argumentar que el odio es producto de lo que alguna vez fue el amor. Los que odian a un ex presidente con tanta vehemencia tuvieron que haberlo adorado antes y abrazaron lo que ahora incendian. El odio nace de las cenizas del afecto o la sumisión. El odio se vuelve una forma de autoflagelación por parte de quienes se sienten defraudados, usados, engañados. Quienes compraron boletos de 10,000 dólares para el concierto de Elton John —en aras de apoyar a la Fundación “Vamos México”— ahora denuncian haberse aprestado a ello. Quienes en su momento regalaron relojes y prestaron autos ahora lamentan su “generosidad”. Quienes fueron a Los Pinos a pedir favores ahora apedrean a quienes se los concedieron. Ejemplo tras ejemplo de lo que George Bernard Shaw llama “ese odio que es la venganza del cobarde por haberse dejado intimidar”.Como muchos lo hicieron a lo largo del sexenio foxista porque así siempre ha funcionado la relación entre los negocios y la política en México. A base de relaciones personales y favores gubernamentales: el apoyo a cambio de la concesión; el reloj a cambio de la carretera; las acciones en la empresa a cambio de su privatización; el rescate con fondos públicos a cambio de una tajada en el momento de su venta privada; la información privilegiada a cambio del financiamiento a la campaña.La clave del éxito en México pocas veces ha residido en cómo innovar, sino a quién conoces. La razón del ascenso en México pocas veces se ha debido a la creatividad empresarial sino al apoyo presidencial. Las fortunas multimillonarias en raras ocasiones han sido producto de la competencia, sino de la intervención presidencial para inhibirla. Muchos han tocado en la puerta de Los Pinos porque —una y otra vez— se han negociado privilegios, exenciones, concesiones, rescates, pagos y favoritismos desde allí. Vicente Fox y Marta Sahagún no inauguraron esta estructura disfuncional, sólo la usaron de una manera más torpe y más pública y más desvergonzada que quienes la ocuparon antes. Su coyotaje no fue original, sólo más burdo. Sus corrupción no fue salvaje, sólo más obvia. No son los artífices del capitalismo de cuates sino sus beneficiarios menores, y los crímenes que cometieron parecen tan mendaces como su visión del país. Sus puerilidades palidecen frente a la corrupción consagrada en la Colina del Perro. Frente a los fraudes auspiciados al amparo del Fobaproa. Frente a las irregularidades cometidas en la privatización de lo que hoy es TV Azteca. Frente a las fortunas que se han construido con información privilegiada de la Bolsa. Frente a las licitaciones amañadas —año tras año—, pero protegidas siempre por la “normatividad existente”. El país carga con un larga y persistente lista de personajes beneficiados, políticos coludidos, intereses nacionales sacrificados.Y sí, hay buenas razones para odiar a dos personas que han dejado una casa carcomida tras de sí. Pero el edificio desvencijado y maloliente donde vivieron ya estaba allí. Sus ventanas rotas y sus muros agujereados y sus tuberías tapadas y sus escusados rebosantes los precedieron. Vicente y Marta sólo han hecho obvio lo que todos sabían y en lo cual demasiados participaron. El tráfico de influencias. El coyotaje compartido. La corrupción institucionalizada. La interconexión cupular entre los negocios y la política, con frecuencia promovida desde el gobierno. Todo lo que millones de mexicanos deberían combatir y denunciar. Para que el odio sirva de algo. Para que lleve a desinfectar y reconstruir la casa de todos, y no sólo a aventarle zapatazos a un par de insectos entre tantos que todavía la corroen.— México, D.F. Publicado en el Diario de Yucatán 05-11-2007.
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