viernes, 25 de julio de 2008

DE SEMILLAS DE VIDA

NAVEGANDO SIN RADAR

El otro día fui a una agencia de venta de automóviles, y sometí a prueba de carretera un carro Honda sin estrenar. Yo tenía mis reservas mientras lo conducía, algo en mi corazón me decía que debía regresar. Sin embargo, continué manejando bajo la lluvia. "¿Quieres probar un carro nuevo?", le pregunté retóricamente a mi pequeño hijo, de tres años. El coche era hermoso. Su interior se parecía al de un Jeep que había tenido. Poseía un tragaluz en la parte trasera para que uno pudiera mirar las estrellas al acampar en el coche. Era perfecto.

El vendedor quitó amablemente el asiento de mi hijo de nuestro viejo Oldsmobile, y lo puso en el nuevo Honda. Conducir este carro fue maravilloso. Pero no era el automóvil lo que yo quería tan desesperadamente, sino lo que él representaba. Había dejado mi hogar de Colorado donde viví por 26 años, para mudarme al ambiente urbano de Atlanta. No hablaba mucho de la transición, no sé, porqué. Pero fue dolorosa. Fue como perder una parte vital de mí misma. Dejé amigos, recuerdos, hábitos, mi cafeteríafavorita, el sendero para bicicletas detrás de mi casa, las caminatas que hacía por las tardes para aclarar mi mente, y las rutilantes estrellas que me hipnotizaban cuando no podía dormir. Había salido del lugar que en verdad conocí.

Por el ardiente deseo que tenía de encontrar trabajo en mi nueva ciudad, fui de un empleo temporal a otro, algunos de los cuales duraron un día o dos, y algunos un mes o dos. Esa experiencia fue triste y aturdidora. Después de siete largos años, todavía me levantaba de mañana sintiéndome una extraña en mi propia casa. Mi bicicleta se oxidó, mis botas de excursión se llenaron de polvo, y mi Jeep se desarmó. Sentía como si el tedio de mis circunstancias estuviera acabando con mi alma.
En mi ingenuo corazón, percibí que el nuevo coche de alguna manera me transportaría a los contornos familiares de mi vieja vida. Pero no iba a ser así. El precio del coche excedía a mi presupuesto, por lo que me metí de mala gana en mi viejo automóvil y me dirigí a casa. Esa noche, me desplomé sobre el piso del baño, donde nadie pudiera verme, y lloré desconsoladamente.
Talvez tú has tenido una experiencia similar, o has sabido lo que es una frustración a una escala mucho mayor. Viste cómo el mar arrastraba más y más tus visiones de grandeza, hasta verlas convertidas en un débil recuerdo de un sueño irrealizado. Sin embargo, los fantasmas siguen regresando para atormentarte por las cosas que tú nunca lograste, por las palabras que nunca pronunciaste, y por los lugares que nunca visitaste.
"La esperanza que se demora es tormento del corazón"
Sé que esto es verdad. A veces la voz de Dios es imprecisa, por lo que, cansados de las luchas de la vida, dejamos que la corriente nos lleve a donde sea. Nuestras aspiraciones se marchitan en el implacable ciclo de la monotonía y, aunque sabemos que Dios está con nosotros, nuestra vida y nuestras circunstancias nos dicen lo contrario.

Hace poco hablé con una mujer llamada Renée, quien se cayó de su cama mientras dormía. Ese terrible accidente la mandó a una silla de ruedas para el resto de su vida. Hoy es una cuadriplégica que ha aprendido a vivir con su impedimento. Ella no puede encontrar una explicación verdadera a las insólitas circunstancias de su lesión. Una buena amiga mía fue abandonada por su novio tres días antes de su boda. Y otra amiga nunca ha sabido lo que es el amor.

La mayoría de las veces, no son nuestras circunstancias físicas las que nos desconciertan; es lo que ellas representan. El preguntarnos adónde nos está llevando la vida, o peor aún, de dónde nos ha traído, puede ser torturante. El pensar si nuestras convicciones serán confirmadas, puede ser fatal. El preguntarnos si hemos entregado nuestra vida a una religiosidad enfermiza, o a un Dios vivo y real, es lo suficientemente como para extinguir las esperanzas más risueñas. Dios sabe que atravesamos pruebas como éstas, pero Él prefiere a veces permanecer callado.

Cuando no podamos oír Su voz, debemos atesorar las cosas que sabemos que son ciertas. Si un piloto se desorienta, utiliza un método de navegación llamado "navegación sin radar". Nosotros, también, podemos volar sin radar. Nuestras coordenadas son las promesas de Dios, y ellas nos llevarán a un lugar de refugio. "¿Adónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiera a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí allí tu estás. Si tomare las alas del alba, y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra".

Dios nos ha dado anclas para que cimentemos nuestra fe cuando no podamos ver lo que hay delante de nosotros. No hay mejor antídoto contra la debilidad espiritual que la lectura diaria de la Palabra de Dios, porque la Palabra de Dios es segura.

Cuando Renée (la mujer que mencioné antes) se enteró de que iba a quedar confinada a una silla de ruedas, clamó a Dios: "Señor, ¿eres justo en esto?" La noche anterior al accidente, ella había bailado con su novio; ahora ya no podría hacer la caminata hacia el altar en su boda. Hoy, ella comenta de cómo le habló la Biblia en esas torturantes horas: "Él me dijo: 'No temas. Yo voy siempre delante de ti. Ven y sígueme, y te daré descanso. Y te alzaré en alas de águilas'".

Finalmente, la oración es una coordenada fundamental que ajusta nuestra brújula. Aunque lloré por tener que conducir un viejo automóvil , y lamenté la pérdida de las cosas que había dejado atrás, hablé con el Señor sobre mis sentimientos cuando regresaba a casa, después de haber estado en la agencia de coches. Le hablé de mis anhelos y de mi insatisfacción, y recordé el último día que había pasado en Colorado. Le había rogado al Señor que me diera una casa en las montañas. Pero Él me dijo que lo que tenía reservado para mí era mucho mejor que eso.

A veces, es difícil ver a Dios. Contemplamos sus manifestaciones en todas partes, pero fallamos al no verlo a Él. El corazón es voluble. Ansiamos las cosas temporales de este mundo, tales como el ascenso político, el estatus social, y los automóviles. Renunciar a esas cosas puede ser doloroso, pero Dios nos creó para la eternidad, y Él está ocupado en lograr que nuestra mirada fija esté siempre dirigida al cielo. Él nos está podando para la eternidad, porque sólo después que el grano de trigo cae en tierra y muere, puede dar fruto.

Braulio Barcenas